"Los medios de comunicación son la entidad más poderosa de la Tierra. Ellos tienen el poder de hacer culpable al inocente e inocente al culpable y éste es el poder. Porque ellos controlan la mente de las masas." (Malcolm X)

sábado, 17 de septiembre de 2016

Soy estudiante secundario, soy el futuro...

Hoy, 16 de septiembre de 2016, a 40 años de La noche de los lápices, a través de la memoria de miles y miles de estudiantes secundarios, hablan quienes hablaban 40 años atrás..

Me llamo Claudio de Acha y me dicen “el colorado”. Nací en Necochea hace 17 años y voy al Colegio Nacional de La Plata. Me gusta mucho leer, tal vez por eso soy bastante tímido y me cuesta relacionarme con las chicas.

Yo soy María Clara Ciocchini, pero me dicen cariñosamente “la cieguita”
porque uso lentes. Tengo 18 años y nací en Bahía Blanca donde me afilié a la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) y, junto con mis compañeros cristianos del grupo “La pequeña obra”, di apoyo escolar y sanitario en villas miserias de mi ciudad natal. Un día, el año pasado, vinieron a buscarme a mi casa los señores de la Triple A local. Yo no estaba. Para que no me mataran me fui a estudiar a La Plata…

Yo soy María Claudia Falcone, tengo 16 años y estudio Bellas Artes en La Plata. Soy la abanderada. Junto con mi amiga María Clara, colaboramos con tareas de educación y sanidad en las villas. En eso nos parecemos aunque en otras cosas seamos tan diferentes. A mí me gusta verme linda y estoy orgullosa de mis ojos celestes y mi flequillo lacio. Me gusta ir a bailar pero a mi novio que es medio hippie no le gusta tanto. Me gusta leer a Benedetti y escuchar a Sui Generis… Me cuentan que hoy una escuela de Palermo fue bautizada con mi nombre por los estudiantes…

Soy Francisco López Muntaner, tengo 16 años y mis amigos me dicen “Panchito”. Soy hincha de Gimnasia y participo junto con mis compañeros de Bellas Artes en la Unión de Estudiantes Secundarios. Con María Claudia, que es nuestra líder y nuestro referente, hacemos trabajos voluntarios en barrios carenciados. Creo en una distribución más justa de la riqueza y milito por la justicia social.

Mi nombre es Horacio Ungaro y tengo 17 años. Mis hermanos mayores me dicen “mi hermanito” pero no entienden que hace un año crecí de golpe cuando asesinaron a una compañera que admiraba con el alma: Mirta Aguilar, le faltaban dos materias para recibirse de abogada. Escribí en mi habitación: “Vive tu vida, hermano mío, pero también vive la mía”. Estudio en el Normal N°3 y me va muy bien en las materias: Tengo varios cuadros de honor. Tengo lindos ojos verdes pero muchas pecas, por eso tal vez soy tan tímido. Me encantan los deportes y nado en el club Universitarios desde muy chiquitito. Quiero estudiar Medicina como mi hermana Marta y soy profesor de Francés, idioma que estudio desde los 6 años. Me encantan la filosofía y los temas sociales, es sobre lo que más me gusta leer en el escaso tiempo libre que me deja el colegio y la militancia en la Unión de Estudiantes Secundarios (a la que pertenezco desde hace dos años): con mis compañeros, vamos tres veces por semana a los barrios carenciados donde ayudamos a los pequeños que tienen menos que nosotros con la tarea escolar.

Me llamo Daniel Racero, pero me dicen “Calibre”. Tengo 18 años y soy afiliado de la Unión de Estudiantes Secundarios del Normal N°3 de La Plata. Con mi amigo Horacio Ungaro salimos a hacer campañas de vacunación en los barrios carenciados, trabajamos en la recuperación de viviendas y brindamos apoyo escolar en las villas. Hoy escribí en mi cuaderno: “Encontré una trinchera para luchar por una causa justa”

Soy estudiante secundario, soy el futuro...

Hasta la próxima.

sábado, 3 de septiembre de 2016

A propósito de Fahrenheit 451: Cuando la realidad copia a la ficción...

30 de agosto: DIA DE LA VERGÜENZA DEL LIBRO ARGENTINO 

Hace dos días se conmemoró el Día de la Vergüenza del Libro Argentino, que se conmemora por la quema de más de un millón y medio de libros del Centro Editor de América Latina
El 30 de agosto de 1980 la policía bonaerense quemó en un baldío de Sarandí un millón y medio de ejemplares del sello, retirados de los depósitos por orden del juez federal de La Plata, Héctor Gustavo de la Serna. Los libros ardieron durante tres días. Cabe aclarar que no fue esa la única vez que la dictadura quemó libros. El 29 de abril de 1976, Luciano Benjamín Menéndez, jefe del III Cuerpo de Ejército con asiento en Córdoba, ordenó una quema colectiva de libros, entre los que se hallaban obras de Proust, García Márquez, Cortázar, Neruda, Vargas Llosa, Saint-Exupéry, Galeano… Dijo que lo hacía “a fin de que no quede ninguna parte de estos libros, folletos, revistas… para que con este material no se siga engañando a nuestros hijos”. Y agregó: “De la misma manera que destruimos por el fuego la documentación perniciosa que afecta al intelecto y nuestra manera de ser cristiana, serán destruidos los enemigos del alma argentina”. (Diario La Opinión, 30 de abril de 1976).
Al mismo tiempo la dictadura cívico militar iniciaba un juicio contra Spivacow, quien antes del CEAL había sido director de EUDEBA (Editorial de la Universidad de Buenos Aires) en su época dorada y uno de los fundamentales actores de la renovación y consolidación del público lector de Argentina en las décadas del ´60 y ´70.
La inmensa fogata se realizó ante testigos de la misma editorial y se sacaron fotos para dejar constancia de que "los libros no habían sido robados sino quemados", como si de drogas perniciosas se tratara... 
No fue un caso único: se habían quemado también las existencias de la editorial de la
Fundación Constancio C. Vigil de Rosario, que no estaba vinculada con Editorial Atlántida y que había realizado una formidable obra de difusión cultural y educación popular en todo el Litoral. Se había allanado y clausurado Siglo XXI Argentina y encarcelando a sus directivos. Se habían volado librerías con explosivos. Habían desaparecido editores, como Alberto Burchinon, Roberto Santoro, Carlos Pérez, Héctor Fernández, y una decena de empleados y colaboradores de editoriales, sin contar poetas y redactores. 
La represión no sólo afectó a las empresas productoras y distribuidoras de libros sospechados de "subversión" sino que se materializó en desapariciones y asesinatos de las personas que significaran una "amenaza" para el proyecto dictatorial, quienes debieron enfrentar los embates de la represión estatal, convencida de la necesidad de "depurar" la cultura argentina.