Vamos a empezar a publicar los cuentos que resultaron del trabajo colaborativo a través de Google Drive en el que cada grupo debía escribir un cuento a partir de una pintura famosa. Pueden encontrar las consignas del proyecto
aquí.
Esta entrada la vamos a dedicar a los equipos 1 y 4 que trabajaron con la pintura "El santo y la limosna" de Alfredo Gutiérrez Gramajo. Estos son los cuentos que resultaron del trabajo de todos ellos. ¡Espero que los disfruten!
Equipo 1: Aversano
Malena, Burruchaga Ignacio, Carnecky Ramiro, Delgado Lucía y Pedernera Rocío
El santo de mi vida
Acá estoy yo, paralizado frente
al astillado espejo que cuelga de un fino hilo de la punta de un clavo, ya no
sé qué hacer con mi vida: el santo que tengo acá en mi casa no da señales,
y la pobreza me está comiendo vivo.
Las ofrendas que le
doy al santo de la Iglesia San Ramón Nonato no dan resultado, parece que ni al
santo le importa mi vida…
Mi vida está vacía,
sin familia ni amigos… Lo único que me queda de mi familia es este collar
de la suerte en forma de carta. Pero yo sigo teniendo fe. Soy tan desdichado
que le hablo al espejo como si éste me pudiera responder. Estoy vacío, la vida
no tiene sentido y estoy avizorando un futuro de miseria y de disgusto.
Necesito dinero y por él soy capaz de hacer lo imposible.
Ya estoy rendido
ante mis pensamientos, todo es inútil y ya no sé qué hacer… La única
solución posible, aunque no la desee, es el robo. El robo es un delito, ya
lo sé, pero no hay más opciones, la solución es única, otra opción no hay.
Pensé por horas qué
podía hurtar, pero no se me caía una idea: un auto, un secuestro…No eran muy
buenas opciones ya que llamarían mucho la atención de la policía...
Ya es domingo.
Estuve toda la noche sin dormir ni sentir el más mínimo cansancio. Como era mi
costumbre, exactamente a las doce tenía que ir a la iglesia a otorgarle
ofrendas al Santo.
Salí de mi pequeña
casa, hoy el día es distinto a todos los días en Tucumán, está como más ventoso
y más frío, me parece raro que haga tanto frío en mayo, ni me quiero
imaginar lo que será este invierno… El lugar sigue igual que siempre: con
mucha basura y lleno de todo tipo de olores nauseabundos.
No me importa el
frío que tengo. Camino hacia la iglesia observando con atención el pueblo.
Monteagudo para mí es una de las ciudades más lindas de Tucumán, lástima que yo
vivo en este pueblo, que es uno de los más pobres de por aquí: es pequeño
y está lleno de casas precarias como la mía, unas pegadas a las
otras. No tenemos un centro grande, solo un supermercado. Sin
dudas, lo más importante de lo poco que tenemos es la iglesia: San Ramón
Nonato, a la cual voy todos los domingos.
De pronto empieza a
lloviznar, me quedo parado mirando cómo el cielo se va llenando de nubes
hasta quedar si una sola luz del sol. Agarro mi collar de la suerte y miro otra
vez al cielo pidiendo por favor que este día sea especial, que se me ocurra
algo para vivir mejor.
Llegó a la iglesia,
sigue lloviznando, me paro en la puerta y saludó amablemente al policía Juan
Quiroga. Es un hombre alto y barbudo, muy creyente y siempre cuida la
iglesia los domingos. Entró aliviado, afuera hace mucho frío, camino por los
anchos y rojizos pasillos de la iglesia. Entonces, lo veo: gigante, majestuoso…
Pienso: “Debe valer una fortuna”.
El santo es de madera,
está total e increíblemente decorado… Tengo que admitir que, a pesar de
que vengo todos los domingos, jamás había reparado en él.
Ya estoy de vuelta
en mi casa, bueno... en este amontonamiento de chapas rotas y maderas podridas,
y tengo mucho frío… Pero ya conozco mi objetivo, lo único que me
falta es encontrar la manera de robarlo.
Ese santo sería mi
salvador después de todo… Sé que no es el santo al que le dejo ofrendas pero al
menos tendré un santo que estuvo en la iglesia. Y siento que me va ayudar, que
será el que me otorgue una vida digna para un hombre de Monteagudo.
Después de muchas
horas pensando cómo iba a robar el santo, me rendí y decidí improvisar, sin
tener un plan muy ingenioso. Como mañana es lunes, no creo que haya mucha
gente, y creo que Juan, el policía, no trabaja los lunes… Ya me decidí, lo voy
a hacer…
Creo que son las
diez de la mañana, y recién me despierto: el rayo de sol me da justo en la
cara, estoy tan cómodo y calentito que casi se me olvida lo que tengo que
hacer, entonces me despierto rápido y salgo.
Hoy el día no está como ayer, hoy
el cielo está despejado y no hace frío, así que camino tranquilo y
despreocupado.
Ya es la hora, tengo
que hacerlo, estoy en la puerta y no veo a nadie, así que decido entrar.
Recorro el mismo camino que hice ayer para encontrarlo: ahí está, en el mismo
lugar, observo que no haya nadie y lo agarro… Y entonces veo que detrás del
santo está la limosna guardada, así que también me la llevo.
Con las dos cosas no
puedo. Decido guardar el santo abajo de mi remera pero no me entra, entonces
tengo que llevar las dos cosas entre mis manos, cosa que es muy difícil. Cuando
salgo, accidentalmente, se me cae el santo al piso y escucho gritos. Me doy
vuelta: es Juan Quiroga, el policía. No tenía ni idea que trabajaba los
lunes...
Entonces, levanto al
santo rápidamente y empiezo a correr como puedo, intentando que no se me caiga
nada… Juan jura que si no le devuelvo el santo me mata.
Ya había perdido al
policía cuando veo un colectivo a punto de avanzar en la parada, me trepo
rápidamente y me siento en el fondo pensando en lo ocurrido.
Siento
que la gente no hace otra cosa que mirar al santo.
No sé qué hacer con
mi vida, solo tengo el santo y la limosna.
Es increíble, la
única vez que el dinero no me falta, no me siento bien, siento que la culpa es
más pesada que el santo y la lucha por escapar de ahí.
El autobús avanza
como las horas, sin saber siquiera hacia donde me dirijo, la gente sube y baja
y yo permanezco inquieto en el mismo asiento. Mi vida pasa ante mis ojos, todos
mis logros y fallos, mis buenas acciones y las malas. Mi vida será diferente a
partir de ahora, no tendré los problemas económicos que me venían atormentando,
seré, de una manera u otra, un hombre feliz.
El autobús avanza y
me entero por el altavoz que me dirijo hacia Buenos Aires…
Llegué hace
dos horas a la terminal de Retiro y hay mucho más movimiento que en Tucumán. La
gente va apurada por todos lados y me veo totalmente fuera de lugar.
Camino lentamente hacia la salida
cuando un hombre me toca el hombro
-Hola, soy Edgardo
Salgado, Jefe del club de arte de Palermo.- ¿Me está hablando a mí? ¿Por qué un
jefe del club de arte de Palermo me hablaría a mí? La verdad no se aparenta
como un jefe pero lo sigo escuchando atentamente.- Veo que llevas contigo una
pieza muy interesante, ¿es tuya?
Me quedo callado por
unos segundos sin responder.-Si, la estuve haciendo en Tucumán y quería ver si
tenía éxito acá en Buenos Aires.- respondí con miedo de que no me creyera ¿y si
era una trampa?
-El éxito no llega
solo- me dijo - y yo te puedo ayudar. Ven a mi oficina el jueves al mediodía y
discutiremos condiciones. ¿Te gusta la idea?
-Claro que sí- dije sorprendido.
El señor se aleja y
yo me quedo estático, como no soy artista y no tengo la menor idea sobre el
tema no sabía qué decir en la reunión, pero sí sé que esto puede cambiar mi
vida.
Estoy durmiendo en
la plaza San Martín donde me preparo para el Jueves, que será, seguramente, el
día más importante de mi vida…
Llegado ya el gran
día estoy un poco nervioso, voy por la avenida Santa Fe hacia la oficina de
Salgado. Transpiro mucho, debe ser producto de los nervios.
Llego al edificio,
las grandes columnas y ventanas me hacen sentir presionado pero no le doy
importancia y subo al ascensor, marco el piso 35 y subo directo a su oficina
con el santo entre las manos.
Salgado me esperaba
con un banquete de bienvenida, era claro que se interesaba en “mi obra”. Me
invita amablemente a sentarme en su escritorio y me cuenta su propuesta, que
consistía en exponer el santo en el Malba y esperar por un comprador, él se
quedaría con una parte del dinero de la venta. Me pareció bien la oferta, la
acepté y le entregué el santo que sería puesto inmediatamente en exposición.
Pasaron algunos días y cuando voy
a la recepción del hotel me dicen que tengo una carta. La leo y es de Salgado,
me está diciendo que encontró un comprador para el santo que quiere cerrar el
trato lo antes posible.
Paro un taxi en la
esquina y me voy hacia el imponente edificio en el que se encuentra la oficina
de Salgado. Allí marco nuevamente el piso 35 y llego a destino.
El comprador era el brasileño
Paulo Da Silva, un admirador del arte religioso popular muy conocido en el
mundo, a quien yo, un hombre pobre de Monteagudo, no conocía.
La oferta era clara: ofrecía un
millón y medio de dólares por el santo.
Hablo con Salgado a
solas y opina que la oferta es conveniente. Él se quedaría con medio millón y
yo disfrutaría del millón restante.
La transacción se
realizó sin problema alguno y cada uno retomó su vida... Ahora ya no soy un
pobre tucumano, sino un millonario que puede disfrutar de su actual fortuna.
Con el tiempo me compré una casa
y aprendí a manejar, conseguí importantes inversiones de las cuales podría
vivir mucho tiempo.
Esto ya no daba para
más, ya estaba cansado de ver todo tan arreglado y perfecto. No estaba,
acostumbrado a tanto lujo, tanta plata. Mi cabeza no paraba de dar vueltas, no
podía dejar de torturarme. La pobre iglesia sin su santo, las personas
creyentes como yo sin un santo. Fui muy egoísta.
Comienzo a pensar que hay
que darle un fin a todo esto, mañana mismo parto para Tucumán. Pensándolo bien,
vivir “bien” no era para mí. Mientras hacía la valija, mi mente entraba en un
vaivén de dudas, mi cabeza explotaba. Era como si tuviera dentro una pelotita
rebotando, diciendo en un lado “si” y en el otro “no” continuamente.
No obstante, mi decisión
era muy firme no voy a renunciar, voy a hacer lo correcto. Diré la
verdad.
Camino hasta el Malba, pensando
cómo será mi vida ahora que voy a decir a verdad. Entro,
saludo a todo el personal amablemente porque ya me conocían, llego a la oficina
de Salgado y lo veo a él hablando con Juan Quiroga ¿Que hace acá él? Me
agacho para que no me vean e intento escuchar algo pero como soy tan tonto me
caigo, haciendo un ruido enorme. Me vieron ya no sé qué hacer. Entonces salgo
corriendo lo más rápido que puedo, Juan me está persiguiendo, ya no puedo
más me canse, sin embargo veo una tienda y sin pensarlo me meto. Por
suerte Juan no me vio y siguió corriendo, espero unos minutos para estar seguro
de que no esté salgo miro para todos lados y no veo a nadie. Con mucho miedo
voy corriendo hasta mi casa.
Dormí con mucho
miedo pensando en qué estaría pasando. De la nada, tocan el timbre, abro la
puerta y desgraciadamente era un policía, pero no era Juan. No sé qué hacer si
correr si cerrar la puerta...
-¡Vos no te vas a ningún
lado!-me dice, intento escapar pero no puedo, y me agarro con mucha fuerza y me
puso las esposas.
Entré en una especie
de trance a partir de ese instante, no recuerdo como llegué a comisaría pero
ahí estaba. Sentado delante de una policía gorda, que me ametrallaba con un
montón de preguntas que me aturdía. No entendía nada, contestaba
automáticamente todo, no me pregunten que dije. En un momento me quedé más solo
que nunca la policía se fue, pero todavía no entiendo cómo me descubrieron, yo
no dije nada. Como me encantaría que mi santito estuviera acá conmigo, para
sacarme de este calvario. Me puse a rezar, para que me ayude una última vez:
-¡Dale, che ya no te
pido más nada!-. Desesperado apoyé con tristeza mi cabeza en la fría mesa,
esperando que algo suceda. Lo único que sucedió fue que apareció un policía. Y
me explico todo, al parecer todo esto fue un plan para atraparme. Salgado era
un viejo amigo de Quiroga y planearon todo esto, cuando Quiroga me vio subir al
micro inmediatamente llamó a Salgado para que vaya a retiro y para que me
mienta con lo del Santo. Hicieron todo esto para ver si yo decía la verdad,
pero al final les termine mintiendo a todo el mundo. Conclusión que no existe
ningún Paulo Da Silva que le interese el santo, me pagaron pensando que yo no
aceptaría tanta plata y diría la verdad, pero no porque soy un egoísta y mentí.
El Santo ya está en la iglesia San Ramón Nonato, lo llevaron ni bien lo
entregue.
-Ahora estás condenado a 4
años de prisión, por robar el santo y por mentir sobre el robo.-me dijo el
policía.
Cuando escuche 4
años apenas intenté hablar pero perdí el conocimiento.
Me desperté en una
cama de un hospital, me sorprendí al ver que a mi lado estaba Juan. Ahora
entiendo que todo esto lo planearon para quedarse con el santo y matarme de una
vez. Juan me dijo que ni bien me recupere me mandan a prisión. Esas fueron
las peores palabras en mi vida que escuché. Con eso digo todo, mi vida
ahora esta arruinada por completo.
Equipo 4: Julia Fazio, Catalina Gamero, Ezekiel Kentros y Mayra Pagano.
El Camino de un
Artista
Me encuentro
aquí en mis últimos momentos de vida. Ya no sé qué pensar, ya no puedo pensar.
Solo aparecen algunos recuerdos… De chico me gustaba imaginarme que podía
llegar a ser de grande. Seguía los pasos de mi padre, a él le encantaba pintar
con lo que tenía. Yo, a veces, le pedía permiso para pintar, pero él nunca me
dejaba; sus pinturas eran lo más importante que tenía después de mí. Será por
eso que lo único que deseo ahora es hacer lo que más me gusta: pintar.
Siguen los recuerdos: Cuando
cumplí los 15 años empecé a pintar con lo que mi padre me había dejado; al
principio, no eran muy buenas mis pinturas, no tenía experiencia. Observaba
siempre un cuadro que mi padre había dejado a medio terminar Antes de morir. Me
imaginaba mil formas de terminarlo. No me animaba. La imagen del Santo en ese
cuadro era poderosa: me atemorizaba, me impactaba.
Recuerdo que hace
unos meses por fin me habían dado la oportunidad de exponer mis pinturas en un
lugar muy conocido, estaba muy feliz y emocionado, era lo que siempre había
querido. Me llamaron para tomar mis datos y para ver cuántas obras tenía para
exponer. Pero para mi suerte, unos días antes del día de la exposición, me
enfermé, llamé a un médico para que me dijera si debía tomar medicinas o algo,
pero no supo bien lo que me pasaba. Me preocupé bastante: no quería tener una
enfermedad seria antes del gran día. Me dirigí hacia un hospital para saber qué
me estaba pasando. Me dijeron que era algo grave y que por eso me tenían que
hacer unos estudios, que podían llegar a cambiar todo. Los doctores pensaban
que tenía cáncer de pulmón.
Las habitaciones
del hospital eran grandes, luminosas y frías. Me tocó la número 236. Tenía una
cama amplia, un sillón por si recibía visitas, un baño privado, una máquina y
una vista increíble. Pedí pinceles, un lienzo blanco y colores. De alguna manera
iba a pintar, no sabía qué, pero lo necesitaba. Los doctores volvieron y,
finalmente, me lo confirmaron: tenía cáncer de pulmón. Me dijeron que iba a ser
muy difícil presentar la muestra debido a que el cáncer había avanzado y
teníamos que empezar con la quimioterapia lo más rápido posible, antes de que
una tragedia sucediera.
Me desilusioné. La
exposición de mis obras era el sueño de mi vida, pero ahora era casi imposible.
No planeaba darme por vencido, pero tampoco encontraba una manera de hacer las
dos cosas: de curarme y de llevar a cabo mi sueño.
Unas semanas más tarde tuve una idea:
no sería fácil, pero debía hacerlo. Tendría que lograr verme de una forma en la
cual no se notara que estaba enfermo. Necesitaría “disfrazarme”. Cuando
encontré los elementos adecuados para hacerlo, me escabullí por los pasillos
hasta llegar a la salida. Me dirigí hacia el lugar de la muestra, me recibieron
y la inauguración comenzó, ¡fue un éxito! Un montón de personas estuvieron ahí
por los cuadros pintados por mí, me sentí muy orgulloso, pero en ese momento
sentí un dolor muy fuerte en el pecho y no sentí nada más hasta llegar al
hospital.
Ahora me llevan a
la sala de operaciones, me aplican anestesia, y ya no siento nada más. Cuando
tomo conciencia de donde estaba me doy cuenta que el cuadro seguía ahí, ahora
que lo miro me doy cuenta que ya es un cuadro terminado y si mi padre estuviera
aquí estaría muy feliz.
Mi corazón se
detiene poco a poco. Alguien, pero no sé quién, empieza a llorar. Escucho el
ruido del respirador y las exclamaciones de sorpresa de los médicos, pero ya no
puedo sentir nada ya que lo único que veo es una luz blanca, pero…