"Los medios de comunicación son la entidad más poderosa de la Tierra. Ellos tienen el poder de hacer culpable al inocente e inocente al culpable y éste es el poder. Porque ellos controlan la mente de las masas." (Malcolm X)

viernes, 28 de noviembre de 2014

Cuentos realistas: Producto del trabajo colaborativo por equipos

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Vamos a empezar a publicar los cuentos que resultaron del trabajo colaborativo a través de Google Drive en el que cada grupo debía escribir un cuento a partir de una pintura famosa. Pueden encontrar las consignas  del proyecto aquí.

Esta entrada la vamos a dedicar a los equipos 1 y 4 que trabajaron con la pintura "El santo y la limosna" de Alfredo Gutiérrez Gramajo. Estos son los cuentos que resultaron del trabajo de todos ellos. ¡Espero que los disfruten!

Equipo 1: Aversano Malena, Burruchaga Ignacio, Carnecky Ramiro, Delgado Lucía y Pedernera Rocío

El santo de mi vida
Acá estoy yo, paralizado frente al astillado espejo que cuelga de un fino hilo de la punta de un clavo, ya no sé qué hacer con mi vida: el santo que tengo acá en mi casa no da señales, y la pobreza me está comiendo vivo.
   Las ofrendas que le doy al santo de la Iglesia San Ramón Nonato no dan resultado, parece que ni al santo le importa mi vida…
   Mi vida está vacía, sin familia ni amigos… Lo único que me queda de mi familia es este collar de la suerte en forma de carta. Pero yo sigo teniendo fe. Soy tan desdichado que le hablo al espejo como si éste me pudiera responder. Estoy vacío, la vida no tiene sentido y estoy avizorando un futuro de miseria y de disgusto. Necesito dinero y por él soy capaz de hacer lo imposible.
   Ya estoy rendido ante mis pensamientos, todo es inútil y ya no sé qué hacer… La única solución posible, aunque no la desee, es el robo. El robo es un delito, ya lo sé, pero no hay más opciones, la solución es única, otra opción no hay.
   Pensé por horas qué podía hurtar, pero no se me caía una idea: un auto, un secuestro…No eran muy buenas opciones ya que llamarían mucho la atención de la policía...

   Ya es domingo. Estuve toda la noche sin dormir ni sentir el más mínimo cansancio. Como era mi costumbre, exactamente a las doce tenía que ir a la iglesia a otorgarle ofrendas al Santo.
   Salí de mi pequeña casa, hoy el día es distinto a todos los días en Tucumán, está como más ventoso y más frío,  me parece raro que haga tanto frío en mayo, ni me quiero imaginar lo que será este invierno… El lugar sigue igual que siempre: con mucha basura y lleno de todo tipo de olores nauseabundos.
   No me importa el frío que tengo. Camino hacia la iglesia observando con atención el pueblo. Monteagudo para mí es una de las ciudades más lindas de Tucumán, lástima que yo vivo en este pueblo, que es uno de los más pobres de por aquí: es pequeño y  está lleno de casas precarias como la mía,  unas pegadas a las otras. No tenemos un centro grande, solo un supermercado. Sin dudas, lo más importante de lo poco que tenemos es la iglesia: San Ramón Nonato, a la cual voy todos los domingos.
   De pronto empieza a lloviznar, me quedo parado mirando cómo  el cielo se va llenando de nubes hasta quedar si una sola luz del sol. Agarro mi collar de la suerte y miro otra vez al cielo pidiendo por favor que este día sea especial, que se me ocurra algo para vivir mejor.
   Llegó a la iglesia, sigue lloviznando, me paro en la puerta y saludó amablemente al policía Juan Quiroga. Es un hombre alto y barbudo, muy creyente y siempre cuida la iglesia los domingos. Entró aliviado, afuera hace mucho frío, camino por los anchos y rojizos pasillos de la iglesia. Entonces, lo veo: gigante, majestuoso… Pienso: “Debe valer una fortuna”.
   El santo es de madera, está total e increíblemente decorado… Tengo que admitir  que, a pesar de  que vengo todos los domingos, jamás había reparado en él.
   Ya estoy de vuelta en mi casa, bueno... en este amontonamiento de chapas rotas y maderas podridas, y tengo mucho frío… Pero ya conozco mi objetivo, lo único que me falta es encontrar la manera de robarlo.
   Ese santo sería mi salvador después de todo… Sé que no es el santo al que le dejo ofrendas pero al menos tendré un santo que estuvo en la iglesia. Y siento que me va ayudar, que será el que me otorgue una vida digna para un hombre de Monteagudo.
   Después de muchas horas pensando cómo iba a robar el santo, me rendí y decidí improvisar, sin tener un plan muy ingenioso. Como mañana es lunes, no creo que haya mucha gente, y creo que Juan, el policía, no trabaja los lunes… Ya me decidí, lo voy a hacer…

   Creo que son las diez de la mañana, y recién me despierto: el rayo de sol me da justo en la cara, estoy tan cómodo y calentito que casi se me olvida lo que tengo que hacer, entonces me despierto rápido y salgo.
Hoy el día no está como ayer, hoy el cielo está despejado y no hace frío, así que camino tranquilo y despreocupado.
   Ya es la hora, tengo que hacerlo, estoy en la puerta y no veo a nadie, así que decido entrar. Recorro el mismo camino que hice ayer para encontrarlo: ahí está, en el mismo lugar, observo que no haya nadie y lo agarro… Y entonces veo que detrás del santo está la limosna guardada, así que también me la llevo.
   Con las dos cosas no puedo. Decido guardar el santo abajo de mi remera pero no me entra, entonces tengo que llevar las dos cosas entre mis manos, cosa que es muy difícil. Cuando salgo, accidentalmente, se me cae el santo al piso y escucho gritos. Me doy vuelta: es Juan Quiroga, el policía. No tenía ni idea que trabajaba los lunes...          
   Entonces, levanto al santo rápidamente y empiezo a correr como puedo, intentando que no se me caiga nada… Juan jura que si no le devuelvo el santo me mata.
  
   Ya había perdido al policía cuando veo un colectivo a punto de avanzar en la  parada, me trepo rápidamente y me siento en el fondo pensando en lo ocurrido.                   Siento que la gente no hace otra cosa que mirar al santo.
   No sé qué hacer con mi vida,  solo tengo el santo y la limosna.
   Es increíble, la única vez que el dinero no me falta, no me siento bien, siento que la culpa es más pesada que el santo y la lucha por escapar de ahí.
   El autobús avanza como las horas, sin saber siquiera hacia donde me dirijo, la gente sube y baja y yo permanezco inquieto en el mismo asiento. Mi vida pasa ante mis ojos, todos mis logros y fallos, mis buenas acciones y las malas. Mi vida será diferente a partir de ahora, no tendré los problemas económicos que me venían atormentando, seré, de una manera u otra, un hombre feliz.
   El autobús avanza y me entero por el altavoz que me dirijo hacia Buenos Aires…

    Llegué hace dos horas a la terminal de Retiro y hay mucho más movimiento que en Tucumán. La gente va apurada por todos lados y me veo totalmente fuera de lugar.
Camino lentamente hacia la salida cuando un hombre me toca el hombro
   -Hola, soy Edgardo Salgado, Jefe del club de arte de Palermo.- ¿Me está hablando a mí? ¿Por qué un jefe del club de arte de Palermo me hablaría a mí? La verdad no se aparenta como un jefe pero lo sigo escuchando atentamente.- Veo que llevas contigo una pieza muy interesante, ¿es tuya?
   Me quedo callado por unos segundos sin responder.-Si, la estuve haciendo en Tucumán y quería ver si tenía éxito acá en Buenos Aires.- respondí con miedo de que no me creyera ¿y si era una trampa?
   -El éxito no llega solo- me dijo - y yo te puedo ayudar. Ven a mi oficina el jueves al mediodía y discutiremos condiciones. ¿Te gusta la idea?
-Claro que sí- dije sorprendido.
   El señor se aleja y yo me quedo estático, como no soy artista y no tengo la menor idea sobre el tema no sabía qué decir en la reunión, pero sí sé que esto puede cambiar mi vida.
   Estoy durmiendo en la plaza San Martín donde me preparo para el Jueves, que será, seguramente, el día más importante de mi vida…

   Llegado ya el gran día estoy un poco nervioso, voy por la avenida Santa Fe hacia la oficina de Salgado. Transpiro mucho, debe ser producto de los nervios.
   Llego al edificio, las grandes columnas y ventanas me hacen sentir presionado pero no le doy importancia y subo al ascensor, marco el piso 35 y subo directo a su oficina con el santo entre las manos.
   Salgado me esperaba con un banquete de bienvenida, era claro que se interesaba en “mi obra”. Me invita amablemente a sentarme en su escritorio y me cuenta su propuesta, que consistía en exponer el santo en el Malba y esperar por un comprador, él se quedaría con una parte del dinero de la venta. Me pareció bien la oferta, la acepté y le entregué el santo que sería puesto inmediatamente en exposición.
Pasaron algunos días y cuando voy a la recepción del hotel me dicen que tengo una carta. La leo y es de Salgado, me está diciendo que encontró un comprador para el santo que quiere cerrar el trato lo antes posible.
   Paro un taxi en la esquina y me voy hacia el imponente edificio en el que se encuentra la oficina de Salgado. Allí marco nuevamente el piso 35 y llego a destino.
El comprador era el brasileño Paulo Da Silva, un admirador del arte religioso popular muy conocido en el mundo, a quien yo, un hombre pobre de Monteagudo, no conocía.
La oferta era clara: ofrecía un millón y medio de dólares por el santo.
   Hablo con Salgado a solas y opina que la oferta es conveniente. Él se quedaría con medio millón y yo disfrutaría del millón restante.
   La transacción se realizó sin problema alguno y cada uno retomó su vida... Ahora ya no soy un pobre tucumano, sino un millonario que puede disfrutar de su actual fortuna.
Con el tiempo me compré una casa y aprendí a manejar, conseguí importantes inversiones de las cuales podría vivir mucho tiempo.
  
  
Esto ya no daba para más, ya estaba cansado de ver todo tan arreglado y perfecto. No estaba, acostumbrado a tanto lujo, tanta plata. Mi cabeza no paraba de dar vueltas, no podía dejar de torturarme. La pobre iglesia sin su santo, las personas creyentes como yo sin un santo. Fui muy egoísta.
  Comienzo a pensar que hay que darle un fin a todo esto, mañana mismo parto para Tucumán. Pensándolo bien, vivir “bien” no era para mí. Mientras hacía la valija, mi mente entraba en un vaivén de dudas, mi cabeza explotaba. Era como si tuviera dentro una pelotita rebotando, diciendo en un lado “si” y en el otro “no” continuamente.          No obstante, mi decisión era muy firme no voy a renunciar, voy a hacer lo correcto.   Diré la verdad.
 Camino hasta el Malba, pensando cómo será mi vida ahora que voy a decir a verdad.    Entro, saludo a todo el personal amablemente porque ya me conocían, llego a la oficina de Salgado y lo veo a él  hablando con Juan Quiroga ¿Que hace acá él? Me agacho para que no me vean e intento escuchar algo pero como soy tan tonto me caigo, haciendo un ruido enorme. Me vieron ya no sé qué hacer. Entonces salgo corriendo lo más rápido que puedo, Juan me está persiguiendo, ya no puedo  más me canse, sin embargo veo una tienda y sin pensarlo me meto. Por suerte Juan no me vio y siguió corriendo, espero unos minutos para estar seguro de que no esté salgo miro para todos lados y no veo a nadie. Con mucho miedo voy corriendo hasta mi casa.
   Dormí con mucho miedo pensando en qué estaría pasando. De la nada, tocan el timbre, abro la puerta y desgraciadamente era un policía, pero no era Juan. No sé qué hacer si correr si cerrar la puerta...
   -¡Vos no te vas a ningún lado!-me dice, intento escapar pero no puedo, y me agarro con mucha fuerza y me puso las esposas.
   Entré en una especie de trance a partir de ese instante, no recuerdo como llegué a comisaría pero ahí estaba. Sentado delante de una policía gorda, que me ametrallaba con un montón de preguntas que me aturdía. No entendía nada, contestaba automáticamente todo, no me pregunten que dije. En un momento me quedé más solo que nunca la policía se fue, pero todavía no entiendo cómo me descubrieron, yo no dije nada. Como me encantaría que mi santito estuviera acá conmigo, para sacarme de este calvario. Me puse a rezar, para que me ayude una última vez:
   -¡Dale, che ya no te pido más nada!-. Desesperado apoyé con tristeza mi cabeza en la fría mesa, esperando que algo suceda. Lo único que sucedió fue que apareció un policía. Y me explico todo, al parecer todo esto fue un plan para atraparme. Salgado era un viejo amigo de Quiroga y planearon todo esto, cuando Quiroga me vio subir al micro inmediatamente llamó  a Salgado para que vaya a retiro y para que me mienta con lo del Santo. Hicieron todo esto para ver si yo decía la verdad, pero al final les termine mintiendo a todo el mundo. Conclusión que no existe ningún Paulo Da Silva que le interese el santo, me pagaron pensando que yo no aceptaría tanta plata y diría la verdad, pero no porque soy un egoísta y mentí. El Santo ya está en la iglesia San Ramón Nonato, lo llevaron ni bien lo entregue.
  -Ahora estás condenado a 4 años de prisión, por robar el santo y por mentir sobre el robo.-me dijo el policía.
   Cuando escuche 4 años apenas intenté hablar pero perdí el conocimiento.
   Me desperté en una cama de un  hospital, me sorprendí al ver que a mi lado estaba Juan. Ahora entiendo que todo esto lo planearon para quedarse con el santo y matarme de una vez. Juan me dijo que ni bien me recupere me mandan a prisión. Esas fueron  las peores palabras en mi vida que escuché. Con eso digo todo, mi vida ahora esta arruinada por completo.

Equipo 4: Julia Fazio, Catalina Gamero, Ezekiel Kentros y Mayra Pagano.
El Camino de un Artista

    Me encuentro aquí en mis últimos momentos de vida. Ya no sé qué pensar, ya no puedo pensar. Solo aparecen algunos recuerdos… De chico me gustaba imaginarme que podía llegar a ser de grande. Seguía los pasos de mi padre, a él le encantaba pintar con lo que tenía. Yo, a veces, le pedía permiso para pintar, pero él nunca me dejaba; sus pinturas eran lo más importante que tenía después de mí. Será por eso que lo único que deseo ahora es hacer lo que más me gusta: pintar.
Siguen los recuerdos: Cuando cumplí los 15 años empecé a pintar con lo que mi padre me había dejado; al principio, no eran muy buenas mis pinturas, no tenía experiencia. Observaba siempre un cuadro que mi padre había dejado a medio terminar Antes de morir. Me imaginaba mil formas de terminarlo. No me animaba. La imagen del Santo en ese cuadro era poderosa: me atemorizaba, me impactaba.
    Recuerdo que hace unos meses por fin me habían dado la oportunidad de exponer mis pinturas en un lugar muy conocido, estaba muy feliz y emocionado, era lo que siempre había querido. Me llamaron para tomar mis datos y para ver cuántas obras tenía para exponer. Pero para mi suerte, unos días antes del día de la exposición, me enfermé, llamé a un médico para que me dijera si debía tomar medicinas o algo, pero no supo bien lo que me pasaba. Me preocupé bastante: no quería tener una enfermedad seria antes del gran día. Me dirigí hacia un hospital para saber qué me estaba pasando. Me dijeron que era algo grave y que por eso me tenían que hacer unos estudios, que podían llegar a cambiar todo. Los doctores pensaban que tenía cáncer de pulmón.
    Las habitaciones del hospital eran grandes, luminosas y frías. Me tocó la número 236. Tenía una cama amplia, un sillón por si recibía visitas, un baño privado, una máquina y una vista increíble. Pedí pinceles, un lienzo blanco y colores. De alguna manera iba a pintar, no sabía qué, pero lo necesitaba. Los doctores volvieron y, finalmente, me lo confirmaron: tenía cáncer de pulmón. Me dijeron que iba a ser muy difícil presentar la muestra debido a que el cáncer había avanzado y teníamos que empezar con la quimioterapia lo más rápido posible, antes de que una tragedia sucediera. 
    Me desilusioné. La exposición de mis obras era el sueño de mi vida, pero ahora era casi imposible. No planeaba darme por vencido, pero tampoco encontraba una manera de hacer las dos cosas: de curarme y de llevar a cabo mi sueño.
Unas semanas más tarde tuve una idea: no sería fácil, pero debía hacerlo. Tendría que lograr verme de una forma en la cual no se notara que estaba enfermo. Necesitaría “disfrazarme”. Cuando encontré los elementos adecuados para hacerlo, me escabullí por los pasillos hasta llegar a la salida. Me dirigí hacia el lugar de la muestra, me recibieron y la inauguración comenzó, ¡fue un éxito! Un montón de personas estuvieron ahí por los cuadros pintados por mí, me sentí muy orgulloso, pero en ese momento sentí un dolor muy fuerte en el pecho y no sentí nada más hasta llegar al hospital.
    Ahora me llevan a la sala de operaciones, me aplican anestesia, y ya no siento nada más. Cuando tomo conciencia de donde estaba me doy cuenta que el cuadro seguía ahí, ahora que lo miro me doy cuenta que ya es un cuadro terminado y si mi padre estuviera aquí estaría muy feliz.
    Mi corazón se detiene poco a poco. Alguien, pero no sé quién, empieza a llorar. Escucho el ruido del respirador y las exclamaciones de sorpresa de los médicos, pero ya no puedo sentir nada ya que lo único que veo es una luz blanca, pero…

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