Esta es la segunda entrada dedicada a los cuentos que resultaron del trabajo colaborativo a través de Google Drive en el que cada grupo debía escribir un cuento a partir de una pintura famosa. Pueden encontrar las consignas del proyecto aquí.
Esta entrada la vamos a dedicar a los equipos 2 y 5 que trabajaron con la pintura "Juanito Laguna ciruja" de Antonio Berni. Estos son los cuentos que resultaron del trabajo de todos ellos. ¡Espero que los disfruten!
Equipo 2: Franco Gatto Paz, Belen Migale, Valentina Novo y Gregorio
Pérez Lombán
El barrilete de
papel.
Juanito miró su chocolatada, se
imaginó un río con barcos de cacao y marineros de azúcar.
—¡Vamos, hijo! —lo apuró su mamá
—¡Vas a llegar tarde!
Juanito levantó la mirada, una
mirada que reflejaba ternura, esperanza, pero también ganas de quedarse en
casa. Le dio un beso a su mamá, tomó su mochila y comenzó el viaje.
Era una mañana calurosa, el
reflejo del sol lo abrazaba por la espalda y se sentía realmente
encantador. La escuela no estaba muy lejos ni muy cerca. A Juanito le gustaba
caminar hacia allá. Llevaba una libreta donde anotaba todo, todo lo que se le
ocurría y le parecía interesante.
Como siempre, después de la
escuela, Juanito caminaba hasta un solitario basural que se encontraba cerca de
su casa. Allí se pasaba un buen rato pensando y con metales, restos de plástico
y alguna que otra cosa que encontraba por ahí, comenzaba a construir pequeñas
esculturas y juguetes. Le encantaba este momento del día cuando hacía lo que
realmente le gustaba hacer.
Un día como todos los
otros, luego de una jornada de escuela, Juanito iba camino al basural, y justo
cuando ya se preparaba para dirigirse a su casa, un hombre comenzó a acercarse
como en sombras ya que la luz del sol del atardecer le pegaba en la espalda.
—¡Hola! Soy Germán —se presentó
el peculiar hombre cuando ya Juanito pudo reconocer su rostro. Vio que era
alto, muy flacucho, que tenía una sonrisa bastante compradora y una mirada que
escondía algo.
—Hola —dijo Juanito ignorándolo.
“Mamá dice que no hable con
extraños”, pensó al verlo. Germán se sentó al lado de Juanito, apoyándose en
una montañita de almohadones que había por ahí.
—¿Los hiciste vos? —preguntó. Le
encantaba este momento del día cuando hacía lo que realmente le gustaba
hacer.
Un día como todos los
otros, luego de una jornada de escuela, Juanito iba camino al basural, y justo
cuando ya se preparaba para dirigirse a su casa, un hombre comenzó a acercarse
como en sombras ya que la luz del sol del atardecer le pegaba en la espalda.
—¡Hola! Soy Germán —se presentó
el peculiar hombre cuando ya Juanito pudo reconocer su rostro. Vio que era
alto, muy flacucho, que tenía una sonrisa bastante compradora y una mirada que
escondía algo.
—Hola —dijo Juanito ignorándolo.
“Mamá dice que no hable con
extraños”, pensó al verlo. Germán se sentó al lado de Juanito, apoyándose en
una montañita de almohadones que había por ahí.
—¿Los hiciste vos? —preguntó.
—Sí—volvió a responder el niño,
con vergüenza y distancia.
—¿Te pasa algo?—dijo Germán.
—No—contestó.
Juanito no quería saber nada de
nada. No tenía ganas de hablar, y menos con alguien que no conocía.
Generalmente a la salida de la escuela no estaba de muy buen humor, además
quería llegar a casa para merendar las galletitas y la chocolatada que su
abuela siempre le tenía preparadas. ¡Tantos minutos de interesantísimas
historias de la abuela se estaba perdiendo! Se quería ir ya. Cuando Juanito se
levantó para irse a su casa, Germán, lo tomó del brazo:
—¿Qué te parece si me enseñas a
hacer esas esculturas?
El chico lo pensó un buen rato y
al final se decidió:
—Está bien, pero solo me puedo
quedar un rato más —le contestó sin muchas ganas.
—Gracias —respondió alegremente
Germán, mientras se sentaba más cerca—¿Te pasa algo?—dijo Germán.
—No—contestó.
Juanito no quería saber nada de
nada. No tenía ganas de hablar, y menos con alguien que no conocía.
Generalmente a la salida de la escuela no estaba de muy buen humor, además
quería llegar a casa para merendar las galletitas y la chocolatada que su
abuela siempre le tenía preparadas. ¡Tantos minutos de interesantísimas
historias de la abuela se estaba perdiendo! Se quería ir ya. Cuando Juanito se levantó
para irse a su casa, Germán, lo tomó del brazo:
—¿Qué te parece si me enseñas a
hacer esas esculturas?
El chico lo pensó un buen rato y
al final se decidió:
—Está bien, pero solo me puedo
quedar un rato más —le contestó sin muchas ganas.
—Gracias —respondió alegremente
Germán, mientras se sentaba más cerca de Juanito para verlo trabajar. Pasaron
casi toda la tarde diseñando juguetes. Cuando Juanito se fue de aquel basural,
Germán pensó: “Ahora que ya tengo los juguetes y los sé hacer los
presentaré en el museo de Arte y Reciclaje.”
Germán presentó sus esculturas al
día siguiente e inmediatamente fueron admiradas y aceptadas para
presentar en una muestra que empezó a organizarse para la semana siguiente.
La muestra fue un verdadero
éxito. La gente se maravillaba con los juguetes que Germán le había robado a
Juanito.
Al día siguiente, el
niño se despertó, pero esta vez con un presentimiento de que algo iba a pasar,
ni bueno ni malo, algo. Su mamá le sirvió el desayuno, pero la chocolatada se
había acabado, en ese mate cocido algo malo se reflejaba. Prendió la tele, y
fue cuando lo vio: “Artistas en la oscuridad”, decía el título de la noticia.
“Impresionantes esculturas fueron presentadas en el museo de arte y reciclaje
del pueblo, llegarían a pagar 100.000 pesos por cada una de ellas.” Juanito
salió por la ventana, se sentía un súper espía, como esos que veía en las
películas con su papá cuando no tenía que ir a trabajar. Lamentaba mucho no
poder contarle a nadie, pero esto lo tenía que resolver él solo.
El amanecer lo perseguía, Juanito
por fin llegó al museo. Muy cansado esperó en la fila a que abriera la muestra,
ya le había dado hambre así que era hora de saborear una deliciosa galletita.
¡Cómo le hacían acordar a la abuela! Esta iba a ser una gran historia que
contaría a sus nietos.
La hora de apertura comenzó y
Juanito no podía más de los nervios, no sabía lo que iba a decir ni cómo lo iba
a enfrentar. Entró a la sala principal. Sus manos estaban tan transpiradas...,
tenía como un mar de palabras que querían salir. Se paró firme, no podía creer
lo que estaba haciendo, fue cuando Germán apareció.
—¡Ey, amigo!— gritó Germán
—¡Viniste!
Juanito no podía más de la rabia,
le estaba diciendo “amigo”. ¿Amigo a él? ¿Qué clase de amigo hace eso?
Fue entonces cuando respondió: —Vos me robaste las esculturas. ¿Qué
clase de “amigo” hace eso?
Germán lo miro desde arriba,
con una sonrisa desafiante le dijo:
—Vos no sos nadie, no tenés el
valor. ¿Crees que a alguien le importa que sean tuyas las esculturas? Un
niño como vos no podría llegar a ningún lado.
—Juanito lo miró y con una
lágrima deslizándose por su mejilla lo señaló con el dedo:
—Prefiero ser todo eso antes que
una mala persona como vos. Ya vas a ver.
Esa misma tarde, Juan volvió al
museo, pero esta vez intentó que Germán no lo viera. Se metió a la oficina del
gerente del museo.
—Disculpe, señor, tengo que
hablar con usted— dijo Juanito.
El gerente lo miró con cara de
desagrado
—Rápido, ¿qué querés?— respondió.
—Las esculturas de Germán no son
de él, son mías, yo las hice, él me las robó— dijo desesperado. —Nene,
retírate de acá, no me hagas perder el tiempo.
Juanito salió de la oficina muy
decepcionado, se sentó en el cordón de la vereda y tiró su mochila a su lado.
Un ruido se sintió.
—¡La escultura!—gritó de alegría.
Agarró la mochila y corrió a la
entrada del museo de arte y reciclaje.
—Señor, señor— entró gritando
—tengo que hablar con usted
El gerente lo miró:
—¿Otra vez vos, nene?—. El
gerente le dio la espalda y siguió hablando con sus compañeros. “Si no me
quiere prestar atención, todos lo harán” pensó Juan.
—¡Germán es un trucho! Las
esculturas las hice yo, miren.
Sacó de la mochila su tesoro más
valioso y todos se sorprendieron al verlo.
—¿Y cómo lo vas a probar?
Seguramente la robaste de acá —dijo el gerente. Juanito le sonrió y en ese
momento Germán entró por la puerta:
—¿Qué pasa acá? —preguntó —Yo
seré un chico pobre, pero no soy un pobre chico, y no seré vencido por ninguna
circunstancia, y menos por un roba esculturas!— dijo señalándolo a Germán.
El pequeño se dirigió hacia el
gerente y le mostró que debajo de esa escultura que él había traído, estaba la
marca de su nombre, esa misma marca estaba en cada una de las demás obras de
arte. Todo el museo sorprendido abucheó a Germán y éste señaló al niño al grito
de “mentiroso, trucho, farsante”. Pero nadie le prestó atención. Los guardias
agarraron a Germán de los brazos y lo sacaron afuera.
—Todo tu dinero será
retirado—dijo el gerente —pero lo peor de todo es que nadie olvidará algo como
esto.
Germán lo miró, después miró a
Juanito que estaba a su lado muy sonriente:
—Me las vas a pagar— repitió una
y otra vez a Juanito. Cuando volvieron a entrar al museo, miles de
personas estaban aplaudiendo al niño. Se sentía de maravilla. Al finalizar la
muestra, el gerente y Juanito hablaron en la oficina, el mayor propuso invitar
a los padres a la reunión, pero Juanito respondió que prefería no involucrarlos,
ellos no sabían nada. El gerente le explicó cómo funcionaba esta empresa y le
explicó que todo el dinero que Germán había recaudado le pertenecía.
Juanito no lo aceptó, pero el gerente no podía conformarse: el dinero era
de él. Fue cuando se le ocurrió: “Una escuela de arte, eso es lo que quiero”.
El gerente muy sorprendido, aceptó y llamó a sus mejores empresarios. La obra
comenzaría de inmediato.
Meses después, el edificio estaba
terminado y Juanito estaba muy ansioso. No sólo porque le había dado trabajo a
su familia y amigos, sino porque también había creado un lugar donde los chicos
podrían desarrollar su creatividad y olvidarse de sus problemas.
“El barrilete de papel”, se
llegaba a leer desde afuera. Además de las miles de actividades planeadas y
controladas por magníficos artistas dentro del instituto estaba la hora
preferida de Juanito. Llegadas las cinco de la tarde, los chicos de las
distintas aulas se reunían todos juntos en un comedor enorme y grande. Allí
merendaban chocolatada con galletitas y unas cincuenta abuelas estaban listas
para contar interesantísimas historias que nadie nunca quería perderse. Juanito
pensaba que era el momento más hermoso del día. En cada suave palabra que salía
formando un llamativo sonido, un chico comenzaba a volar en las mágicas tierras
de la imaginación. Y eso era lo más hermoso del mundo.
Equipo 5: Simón Cano,
Indiana Pfisterer, Francisco Schwarz, Renata Suffia
Juanito: Una historia
de infancia
Hoy soy una de las personas más
queridas de la clase. Con mi delantal viejo pero limpio, mis zapatos viejos
pero lustrosos y mis útiles conseguidos en el basural, tuve la capacidad de
demostrarles a mis compañeros que, aunque a veces las cosas resultan más
difíciles para unos que para otros, la determinación de ser mejor puede ser un
buen comienzo para cambiar la realidad. Así, comprendí que cada agresión
pudo ser una oportunidad de mostrarles a mis compañeros cuánto se
equivocaban conmigo…
Hoy soy feliz porque pude
mostrarles mi mundo y esto fue el comienzo de una nueva amistad.
***
Esto no fue así desde
un principio: agresiones, cargadas, humillaciones por parte de mis compañeros y
de mis profesores, formaban parte de mis clases. Los recreos eran un infierno,
pero yo estaba preparado para esto. Mis padres me habían hecho creer en mí
mismo y eso constituía una de mis herramientas para ser quien soy en la
actualidad. El haber crecido sin resentimientos a todas esas agresiones me han
llevado a ser una buena persona.
Ese día
me desperté muy feliz porque era mi primer día de clases. Al fin iba a ser
un chico normal como los demás. Un chico que va a la escuela y que
tiene amigos y tarea.
Me vestí y me
encaminé al colegio. Cuando finalmente llegué, tocó el timbre. Formamos y
conocí a los que iban a ser mis compañeros. No eran como yo pensé que iban a
ser conmigo. Ni los profesores.
Entré en el aula
junto a mis compañeros que me miraban y murmuraban cosas: “Que vuelva al
basurero de donde vino”, fue uno de los murmullos que escuché de parte de mis
compañeros. Ellos siguieron diciendo cosas de mí aunque no me importaba
mucho... Y creo que a ellos tampoco les importaba mucho yo.
Los días pasaron y los insultos
cada vez pesaban más, además eran todos contra mí. ¿De qué serviría tratar de
convencerlos? Sólo se reirían y me insultarían más y más. Todo esto siguió y
siguió por un par de semanas hasta que no pude más. Me paré, fui con la
profesora y les grité a todos que eran muy malos compañeros y que ellos
no sabían lo que era la verdadera felicidad y todos se me quedaron mirando.
Entonces, empezaron a darse cuenta de los daños que hacían con sus
comentarios fríos y malvados.
Corrí hasta el basurero para
reflexionar y pensé: “La felicidad no es sólo para los que tienen dinero, pero
a veces pienso que sí..., aunque nadie puede ser feliz con la infelicidad del
de al lado”.
Reflexioné toda la noche y me
decidí a seguir yendo al colegio. Me dijeron un par de cosas más, pero los
ignoré como si no estuvieran allí. Al principio les dio igual, pero luego se
sintieron con una leve pena. Al final del día fui al frente y les pregunté qué
se sentía. Un silencio inconmensurable invadió la sala. Les expliqué que yo me
sentía así todos los días de mi vida, se fueron sin hablar. Se dieron cuenta de
que no todas las personas tienen una vida normal, que algunos niños tienen que
salir a trabajar porque sus padres no tienen el dinero necesario para
mantenerlos, también que las personas no se califican por lo que se ve por
afuera sino por lo que tienen adentro.
La lección fue dura, pero fue el
punto de partida, de cambio para que yo les empezara a mostrar mi mundo. Un
mundo de aventuras, de creatividad, de ingenio, en el que con una chapita de
gaseosa podía organizar un campeonato de fútbol; con una gomera, una cacería en
África; con unas figuritas, un torneo lleno de estrategias. Y ellos también me
mostraron un mundo de delicias: chocolates que no conocía, jardines llenos de
flores y árboles hermosos. Una madre que nos servía la leche a las cinco en
punto, perros sin pulgas y juguetes que todavía no había conocido en el
basurero.
Así fue como nuestro mundo se fue
relacionando y encontramos todos que en la diversidad en las formas de vivir,
en las formas de pensar, vamos encontrando todos poco a poco la alegría de vivir,
que no es sino un crecimiento continuo a partir del encuentro con el otro.
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