"Los medios de comunicación son la entidad más poderosa de la Tierra. Ellos tienen el poder de hacer culpable al inocente e inocente al culpable y éste es el poder. Porque ellos controlan la mente de las masas." (Malcolm X)

viernes, 28 de noviembre de 2014

Cuentos realistas: Productos del trabajo colaborativo por equipos II

Juanito Laguna.jpgEsta es la segunda entrada dedicada a los cuentos que resultaron del trabajo colaborativo a través de Google Drive en el que cada grupo debía escribir un cuento a partir de una pintura famosa. Pueden encontrar las consignas  del proyecto aquí.

Esta entrada la vamos a dedicar a los equipos 2 y 5 que trabajaron con la pintura "Juanito Laguna ciruja" de Antonio Berni. Estos son los cuentos que resultaron del trabajo de todos ellos. ¡Espero que los disfruten!
Equipo 2: Franco Gatto Paz, Belen Migale, Valentina Novo y Gregorio Pérez Lombán

El barrilete de papel.
Juanito miró su chocolatada, se imaginó un río con barcos de cacao y marineros de azúcar.
—¡Vamos, hijo! —lo apuró su mamá —¡Vas a llegar tarde!
Juanito levantó la mirada, una mirada que reflejaba ternura, esperanza, pero también ganas de quedarse en casa. Le dio un beso a su mamá, tomó su mochila y comenzó el viaje.
 Era una mañana calurosa, el reflejo del sol lo abrazaba por la espalda y se sentía realmente encantador. La escuela no estaba muy lejos ni muy cerca. A Juanito le gustaba caminar hacia allá. Llevaba una libreta donde anotaba todo, todo lo que se le ocurría y le parecía interesante. 
 Como siempre, después de la escuela, Juanito caminaba hasta un solitario basural que se encontraba cerca de su casa. Allí se pasaba un buen rato pensando y con metales, restos de plástico y alguna que otra cosa que encontraba por ahí, comenzaba a construir pequeñas esculturas y juguetes. Le encantaba este momento del día cuando hacía lo que realmente le gustaba hacer.
 Un día  como todos los otros, luego de una jornada de escuela, Juanito iba camino al basural, y justo cuando ya se preparaba para dirigirse a su casa, un hombre comenzó a acercarse como en sombras ya que la luz del sol del atardecer le pegaba en la espalda.
—¡Hola! Soy Germán —se presentó el peculiar hombre cuando ya Juanito pudo reconocer su rostro. Vio que era alto, muy flacucho, que tenía una sonrisa bastante compradora y una mirada que escondía algo.
—Hola —dijo Juanito ignorándolo.  
“Mamá dice que no hable con extraños”, pensó al verlo. Germán se sentó al lado de Juanito, apoyándose en una montañita de almohadones que había por ahí.
—¿Los hiciste vos? —preguntó. Le  encantaba este momento del día cuando hacía lo que realmente le gustaba hacer.
 Un día  como todos los otros, luego de una jornada de escuela, Juanito iba camino al basural, y justo cuando ya se preparaba para dirigirse a su casa, un hombre comenzó a acercarse como en sombras ya que la luz del sol del atardecer le pegaba en la espalda.
—¡Hola! Soy Germán —se presentó el peculiar hombre cuando ya Juanito pudo reconocer su rostro. Vio que era alto, muy flacucho, que tenía una sonrisa bastante compradora y una mirada que escondía algo.
—Hola —dijo Juanito ignorándolo.  
“Mamá dice que no hable con extraños”, pensó al verlo. Germán se sentó al lado de Juanito, apoyándose en una montañita de almohadones que había por ahí.
—¿Los hiciste vos? —preguntó.
—Sí—volvió a responder el niño, con vergüenza y distancia.
—¿Te pasa algo?—dijo Germán.
—No—contestó.
Juanito no quería saber nada de nada. No tenía ganas de hablar, y menos con alguien que no conocía. Generalmente a la salida de la escuela no estaba de muy buen humor, además quería llegar a casa para merendar las galletitas y la chocolatada que su abuela siempre le tenía preparadas. ¡Tantos minutos de interesantísimas historias de la abuela se estaba perdiendo! Se quería ir ya. Cuando Juanito se levantó para irse a su casa, Germán, lo tomó del brazo:
—¿Qué te parece si me enseñas a hacer esas esculturas?
El chico lo pensó un buen rato y al final se decidió:
—Está bien, pero solo me puedo quedar un rato más —le contestó sin muchas ganas.
—Gracias —respondió alegremente Germán, mientras se sentaba más cerca—¿Te pasa algo?—dijo Germán. 
—No—contestó.
Juanito no quería saber nada de nada. No tenía ganas de hablar, y menos con alguien que no conocía. Generalmente a la salida de la escuela no estaba de muy buen humor, además quería llegar a casa para merendar las galletitas y la chocolatada que su abuela siempre le tenía preparadas. ¡Tantos minutos de interesantísimas historias de la abuela se estaba perdiendo! Se quería ir ya. Cuando Juanito se levantó para irse a su casa, Germán, lo tomó del brazo:
—¿Qué te parece si me enseñas a hacer esas esculturas?
El chico lo pensó un buen rato y al final se decidió:
—Está bien, pero solo me puedo quedar un rato más —le contestó sin muchas ganas.
—Gracias —respondió alegremente Germán, mientras se sentaba más cerca de Juanito para verlo trabajar. Pasaron casi toda la tarde diseñando juguetes. Cuando Juanito se fue de aquel basural, Germán pensó: “Ahora que ya tengo los juguetes y los sé hacer los presentaré en el museo de Arte y Reciclaje.”
Germán presentó sus esculturas al día siguiente e  inmediatamente fueron admiradas y aceptadas para presentar en una muestra que empezó a organizarse para la semana siguiente.
La muestra fue un verdadero éxito. La gente se maravillaba con los juguetes que Germán le había robado a Juanito.
Al día siguiente,  el niño se despertó, pero esta vez con un presentimiento de que algo iba a pasar, ni bueno ni malo, algo. Su mamá le sirvió el desayuno, pero la chocolatada se había acabado, en ese mate cocido algo malo se reflejaba. Prendió la tele, y fue cuando lo vio: “Artistas en la oscuridad”, decía el título de la noticia. “Impresionantes esculturas fueron presentadas en el museo de arte y reciclaje del pueblo, llegarían a pagar 100.000 pesos por cada una de ellas.” Juanito salió por la ventana, se sentía un súper espía, como esos que veía en las películas con su papá cuando no tenía que ir a trabajar. Lamentaba mucho no poder contarle a nadie, pero esto lo tenía que resolver él solo.  
El amanecer lo perseguía, Juanito por fin llegó al museo. Muy cansado esperó en la fila a que abriera la muestra, ya le había dado hambre así que era hora de saborear una deliciosa galletita. ¡Cómo le hacían acordar a la abuela! Esta iba a ser una gran historia que contaría a sus nietos.
La hora de apertura comenzó y Juanito no podía más de los nervios, no sabía lo que iba a decir ni cómo lo iba a enfrentar. Entró a la sala principal. Sus manos estaban tan transpiradas..., tenía como un mar de palabras que querían salir. Se paró firme, no podía creer lo que estaba haciendo, fue cuando Germán apareció.
—¡Ey, amigo!— gritó Germán —¡Viniste!
Juanito no podía más de la rabia, le estaba diciendo “amigo”. ¿Amigo a él? ¿Qué clase de amigo hace eso? Fue entonces cuando respondió: —Vos me robaste las esculturas. ¿Qué clase de “amigo” hace eso?
Germán lo miro desde arriba, con una sonrisa desafiante le dijo:
—Vos no sos nadie, no tenés el valor. ¿Crees que a alguien le importa que sean tuyas las esculturas?  Un niño como vos no podría llegar a ningún lado.
—Juanito lo miró y con una lágrima deslizándose por su mejilla lo señaló con el dedo:
—Prefiero ser todo eso antes que una mala persona como vos. Ya vas a ver.
Esa misma tarde, Juan volvió al museo, pero esta vez intentó que Germán no lo viera. Se metió a la oficina del gerente del museo.
—Disculpe, señor, tengo que hablar con usted— dijo Juanito.
El gerente lo miró con cara de desagrado
—Rápido, ¿qué querés?— respondió.  
—Las esculturas de Germán no son de él, son mías, yo las hice, él me las robó— dijo desesperado. —Nene, retírate de acá, no me hagas perder el tiempo.
Juanito salió de la oficina muy decepcionado, se sentó en el cordón de la vereda y tiró su mochila a su lado. Un ruido se sintió.
—¡La escultura!—gritó de alegría.
Agarró la mochila y corrió a la entrada del museo de arte y reciclaje.
—Señor, señor— entró gritando —tengo que hablar con usted
El gerente lo miró:
—¿Otra vez vos, nene?—. El gerente le dio la espalda y siguió hablando con sus compañeros. “Si no me quiere prestar atención, todos lo harán” pensó Juan.
—¡Germán es un trucho! Las esculturas las hice yo, miren.
Sacó de la mochila su tesoro más valioso y todos se sorprendieron al verlo.
—¿Y cómo lo vas a probar? Seguramente la robaste de acá —dijo el gerente. Juanito le sonrió y en ese momento Germán entró por la puerta:
—¿Qué pasa acá? —preguntó —Yo seré un chico pobre, pero no soy un pobre chico, y no seré vencido por ninguna circunstancia, y menos por un roba esculturas!— dijo señalándolo a Germán.
El pequeño se dirigió hacia el gerente y le mostró que debajo de esa escultura que él había traído, estaba la marca de su nombre, esa misma marca estaba en cada una de las demás obras de arte. Todo el museo sorprendido abucheó a Germán y éste señaló al niño al grito de “mentiroso, trucho, farsante”. Pero nadie le prestó atención. Los guardias agarraron a Germán de los brazos y lo sacaron afuera.
—Todo tu dinero será retirado—dijo el gerente —pero lo peor de todo es que nadie olvidará algo como esto.
Germán lo miró, después miró a Juanito que estaba a su lado muy sonriente:
—Me las vas a pagar— repitió una y otra vez a Juanito. Cuando volvieron a entrar al museo, miles de personas estaban aplaudiendo al niño. Se sentía de maravilla. Al finalizar la muestra, el gerente y Juanito hablaron en la oficina, el mayor propuso invitar a los padres a la reunión, pero Juanito respondió que prefería no involucrarlos, ellos no sabían nada. El gerente le explicó cómo funcionaba esta empresa y le explicó que todo el dinero que Germán había recaudado le pertenecía.  Juanito no lo aceptó, pero el gerente no podía conformarse: el dinero era de él. Fue cuando se le ocurrió: “Una escuela de arte, eso es lo que quiero”. El gerente muy sorprendido, aceptó y llamó a sus mejores empresarios. La obra comenzaría de inmediato.
Meses después, el edificio estaba terminado y Juanito estaba muy ansioso. No sólo porque le había dado trabajo a su familia y amigos, sino porque también había creado un lugar donde los chicos podrían desarrollar su creatividad y olvidarse de sus problemas.
“El barrilete de papel”, se llegaba a leer desde afuera. Además de las miles de actividades planeadas y controladas por magníficos artistas dentro del instituto estaba la hora preferida de Juanito. Llegadas las cinco de la tarde, los chicos de las distintas aulas se reunían todos juntos en un comedor enorme y grande. Allí merendaban chocolatada con galletitas y unas cincuenta abuelas estaban listas para contar interesantísimas historias que nadie nunca quería perderse. Juanito pensaba que era el momento más hermoso del día. En cada suave palabra que salía formando un llamativo sonido, un chico comenzaba a volar en las mágicas tierras de la imaginación. Y eso era lo más hermoso del mundo. 

Equipo 5: Simón Cano, Indiana Pfisterer, Francisco Schwarz, Renata Suffia

Juanito: Una historia de infancia

Hoy soy una de las personas más queridas de la clase. Con mi delantal viejo pero limpio, mis zapatos viejos pero lustrosos y mis útiles conseguidos en el basural, tuve la capacidad de demostrarles a mis compañeros que,  aunque a veces las cosas resultan más difíciles para unos que para otros, la determinación de ser mejor puede ser un buen comienzo para cambiar la realidad. Así, comprendí  que cada agresión  pudo ser una oportunidad de mostrarles a mis compañeros cuánto se equivocaban conmigo…
Hoy soy feliz porque pude mostrarles mi mundo  y esto fue el comienzo de una nueva amistad.
   ***
  Esto no fue así desde un principio: agresiones, cargadas, humillaciones por parte de mis compañeros y de mis profesores, formaban parte de mis clases. Los recreos eran un infierno, pero yo estaba preparado para esto. Mis padres me habían hecho creer en mí mismo y eso constituía una de mis herramientas para ser quien soy en la actualidad. El haber crecido sin resentimientos a todas esas agresiones me han llevado a  ser una buena persona.
     Ese día me desperté muy feliz porque era mi primer día de clases. Al fin iba a ser   un chico normal como los demás. Un chico que va a la escuela y que tiene amigos y tarea.
  Me vestí y me encaminé al colegio. Cuando finalmente llegué, tocó el timbre. Formamos y conocí a los que iban a ser mis compañeros. No eran como yo pensé que iban a ser conmigo. Ni los profesores.
  Entré en el aula junto a mis  compañeros que me miraban y murmuraban cosas: “Que vuelva al basurero de donde vino”, fue uno de los murmullos que escuché de parte de mis compañeros. Ellos siguieron diciendo cosas de mí aunque no me importaba mucho... Y creo que a ellos tampoco les importaba mucho yo.
Los días pasaron y los insultos cada vez pesaban más, además eran todos contra mí. ¿De qué serviría tratar de convencerlos? Sólo se reirían y me insultarían más y más. Todo esto siguió y siguió por un par de semanas hasta que no pude más. Me paré, fui con la profesora y les grité a todos que eran  muy malos compañeros y que ellos no sabían lo que era la verdadera felicidad y todos se me quedaron mirando. Entonces, empezaron  a darse cuenta de los daños que hacían con sus comentarios fríos y malvados.
Corrí hasta el basurero para reflexionar y pensé: “La felicidad no es sólo para los que tienen dinero, pero a veces pienso que sí..., aunque nadie puede ser feliz con la infelicidad del de al lado”.
Reflexioné toda la noche y me decidí a seguir yendo al colegio. Me dijeron un par de cosas más, pero los ignoré como si no estuvieran allí. Al principio les dio igual, pero luego se sintieron con una leve pena. Al final del día fui al frente y les pregunté qué se sentía. Un silencio inconmensurable invadió la sala. Les expliqué que yo me sentía así todos los días de mi vida, se fueron sin hablar. Se dieron cuenta de que no todas las personas tienen una vida normal, que algunos niños tienen que salir a trabajar porque sus padres no tienen el dinero necesario para mantenerlos, también que las personas no se califican por lo que se ve por afuera sino por lo que tienen adentro.
La lección fue dura, pero fue el punto de partida, de cambio para que yo les empezara a mostrar mi mundo. Un mundo de aventuras, de creatividad, de ingenio, en el que con una chapita de gaseosa podía organizar un campeonato de fútbol; con una gomera, una cacería en África; con unas figuritas, un torneo lleno de estrategias. Y ellos también me mostraron un mundo de delicias: chocolates que no conocía, jardines llenos de flores y árboles hermosos. Una madre que nos servía la leche a las cinco en punto, perros sin pulgas y juguetes que todavía no había conocido en el basurero.
Así fue como nuestro mundo se fue relacionando y encontramos todos que en la diversidad en las formas de vivir, en las formas de pensar, vamos encontrando todos poco a poco la alegría de vivir, que no es sino un crecimiento continuo a partir del encuentro con el otro.

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